viernes, 16 de abril de 2010

A mi lado

Hoy me sorprendí a mi mismo,
nunca me había sucedido
que al despertar y abrir los ojos
lo primero fue pensarte a mi lado,
... pero claro, tu no estabas
pero mi mano sin embargo
inconciente de tu ausencia
acarició aquel lugar de mi lecho
donde tu cuerpo querido
había reposado... a mi lado.

Carlos.

viernes, 9 de abril de 2010

Trenes (de mis memorias)

Y en el calidoscopio de su memoria se dibuja la negra silueta del tren, de aquel sin fin de vagones de ferrocarriles arrastrándose lentamente ligados a la silueta de la locomotora que sin conciencia del tiempo lo va llevando por la inmensidad de la pampa hacia un destino que aún no se lo imagina y es lo único que se mueve bajo aquel cielo poblado de estrellas y Oscar se ve nuevamente sentado en los escalones de un vagón, mal protegido del hielo que se cuela por las solapas de un vestón que ya le quedó chico para su estatura. Pareciera que mira ensimismado su propia sombra, movediza y saltarina proyectada por el foco externo del vagon sobre el salitroso suelo del desierto y que contrastastando con su inmovilidad no deja de moverse... ahora es muy pequeña y está muy cerca de él y un instante después se escurre y salta sobre una gran roca y luego al llegar a una planicie se alarga para luego volver, saltando de un lado a otro a estar estable por un momento, para luego escapar nuevamente y así hasta el infinito.
El tren jadea su negro esfuerzo, sumando uno a uno los incontables kilómetros de la vía y para Oscar no es sólo distancia, también es tiempo y soledad y más que nada soledad. Años más tarde Oscar se dirá a si mismo que toda su vida no ha sido más que una sucesión de viajes por aquel desierto frío y silencioso y cada vez más silencioso. Recuerda con nostalgia esos tiempos, cuando todavía era un soñador y esperaba todo de la vida y el tiempo transcurría entre el estudio y el ensueño de volver en el verano y no importaban los domingos ni festivos solitarios del invierno, cuando solo, en el gran hall del Internado, sentado frente a aquel gran ventanal, con Julio Verne o J.A. Cronin en las manos contemplaba la gran tormenta.
Lentamente, muy lentamente fueron transcurriendo aquellos años y el primer verano al fin llegó y Oscar tomó su vieja maleta de cartón, preparada con un mes de anticipación, repleta de toda esa ropa bonita que le habían dado en el Colegio y que nunca antes había tenido y tomó su primer tren al norte.
La veía casi todos los domingos, desde lejos, caminando por la Avenida Los Placeres, casi siempre sola. Mara la llamaban sus amigos... finita, de pelo corto. Un domingo cualquiera, la casualidad o el destino los llevó a ver la misma película y los sentó uno al lado del otro en esa gran Aula Magna... salieron tomados de la mano. Aquello fue seis meses antes de su primer verano. Mara era una dulce niña, solitaria y soñadora, un año menor que Oscar. Acostumbraban sentarse muy escondidos en una pequeña escalera que bajaba por la ladera del cerro Los Placeres y que terminaba abruptamente en una caída casi vertical. Era un lugar solitario y delicioso, cuando el viento soplaba bajo los estrellados cielos de Valparaíso, Mara temerosa y cálida se estrechaba dulcemente al cuerpo de Oscar. Aquello duró sólo seis meses, seis meses que transcurrieron entre besos y caricias escondidas, dos veces por semana. Cuando llegó el verano Oscar tomó su primer tren al norte y al volver, tres meses más tarde, ya no la encontró. La volvió a ver muchos años más tarde.
El hogar de Oscar fue su madre, pequeña y marchita, cansada de llorar por tanta desgracia. También fueron sus hermanas y su único hermano, pero nunca fue su padre, de quien Oscar se acuerda principalmente por su indiferencia. De su padre Oscar recuerda muy pocas cosas, pero hay una que recordará para siempre y fue un regalo que recibió de él... el único regalo que le hizo en toda su vida... sucedió cuando Oscar ya se había ido de casa a estudiar a una ciudad llamada Valparaíso, distante unos dos mil kilómetros de Antofagasta y era su primer verano y estaba de vacaciones de vuelta al hogar... sin embargo su padre ya no estaba en el hogar... él también se había ido a trabajar al interior ... a la pampa ... al desierto... Oscar quería verlo, después de un año, solitario y falta de cariño ansiaba ver a su padre y fue a verlo y tomó aquel tren fantasma, el tren de la pampa y llegó de noche, sucio y cansado. Le costó encontrarlo. Estuvo con él sólo una noche y como niño que aun era, explorando el lugar, la pieza donde lo había llevado su padre, encontró debajo de la cama una pistolita de juguete... una pistola muy vistosa y muy cara. Su padre lo miró por un momento y luego, casi con encono le dijo “te tenía eso guardado ... es un regalo” Años después Oscar supo que ese regalo no estaba destinado para él... sólo había sido un intruso en el momento y en lugar equivocado.
Trenes y destinos, una dualidad que para Oscar se alarga hasta el cansancio. De su primer viaje junto a su madre tiene recuerdos fragmentados, como pedazos de un viejo cuadro roto. Recuerda su llegada a Valparaíso y su deambular histérico por una ciudad ruidosa y recóndita. Recuerda a su madre pequeña y ensimismada, preocupada y confusa, tratando de hallar algo barato para llevar al norte a sus hermanos pequeños que quedaron solos en aquel cerro baldío y canalla donde vivían. Recuerda como un destello de luz de flash fotográfico que el último día ella compró dos botellitas pequeñas de menta y un paquetito de toallitas higiénicas de género para sus hermanitas. El aún no lo sabía, pero en aquel detalle su madre le dejó para siempre estampado en su corazón lo sublime del amor y la inconciencia de la pobreza.
Te quiero—le dijo ella—con sus ojitos llenos de lágrimas y un sollozo en el pecho. Oscar no la escuchó... sólo oía su propio interior y las murmuraciones de su amigos. Nunca vio la desesperación, nunca sintió el dolor de aquellas palabras ¿porqué me dejas sola? –si te quedas conmigo haré lo que quieras—No escuchó el sollozo escondido ni su mirar desgarrado, sólo quería volver al norte...
Los rieles interminables, trocha angosta, pero inacabable ...la fuerza férrea del carbón arrastrando cien mil toneladas de fierro por un desierto infinito colmado de calor y soledad. Nostalgia... sólo vagones helados, oscuros y ruidosos. Sólo vagones inclementemente fríos. Aterida por el maldito vientecillo helado que se cuela por las rendijas de la puerta que siempre está mal cerrada.
Estela sólo mira y contempla la pampa infinita... tiene ojitos color celeste y un respirar suavecito que hace juego con el vaivén del vagón y de su cigarrillo, a veces mal prendido. Oscar la conoció en su segundo viaje de regreso a Valparaíso. Sentados, uno frente al otro estuvieron todo un día callados y mirándose de reojo. Cuando llegó la noche hablaron. Ella le ofreció un cigarrillo y después de un tiempo se tomaron tímidamente de la mano y las mantuvieron juntas por debajo de la pequeña frazada que la protegía del frío de la pampa. Ella se iba al sur, ya no soportaba la vida del desierto. Perdió todo en aquellas calicheras del infierno, sus fuerzas y sus esperanzas quedaron dispersas en la pequeña plazoleta a la que iba los domingos a cobijarse bajo los añosos pimientos y a escuchar la banda del pueblo. Sus esperanzas de progreso se agotaron en la pulpería, en aquel mesón de compra y ventas y en aquellas malditas fichas de bakelita que sólo alcanzaban para sobrevivir. Su corazón quedó enterrado en las abiertas zanjas de salitre y sus pedazos fueron esparcidos junto a los restos de la cabeza de su hermano cuando este mordió el extremo equivocado del fulminante... El segundo día se sentaron en los escalones del vagón y fumaron hasta el cansancio mirando absortos el monótono paisaje del desierto. A veces reían y el lento esfuerzo del carbón agitando la locomotora los invitaba a bajar y caminar sin prisa al lado de la jadeante hilera de vagones. La noche romántica y las canciones de una joven Cecilia con su playa a media noche los atrapó en un encanto de amor metafísico, frío y soledad ... ¿porqué fumas tanto? ... Me quita el frío y el hambre.

Carlos Alberto

miércoles, 7 de abril de 2010

Sueños y Estrellas

¿Quién no ha soñado tendido en el pasto, mirando ese cosmos infinito y profundo en dejar este cuerpo de barro en el suelo y como un ave de fuego a la luna volar? Quizás es su luz lo que a mi alma fascina, o quizás son las huellas de su eterno viajar, esas huellas que en su piel se quedaron, como abiertas heridas para nunca olvidar. Y aunque se que ella vive en lo eterno y que lo humano es transiente y fugaz en las noches uno al cielo dirige los ojos, creyendo que siempre a tu lado estará, y así recostado voy siguiendo su viaje, deseando a intervalos dejar este mundo y elevando mi mente al cielo estrellado viajar por el cosmos, con ella a mi lado. Carlos Alberto.

lunes, 5 de abril de 2010

Recostado

No tiene etiqueta, sólo un nombre impreso con grandes letras
haciendo un grueso arco
sobre algo que parece una isla
y que apenas tiene espacio
para dos pequeñas palmeras
abrigadas por un rojo, gigantesco
y probablemente ardiente sol...

El nombre impreso dice... Malibu...
y de pronto me imagino
recostado y casi somnoliento
sobre la ventanilla de un avión,
observándolo todo desde el cielo,
desde veinte mil pies de altura
todo quietud, con apenas el zumbido
agudo y sibilante de los motores.

Y ahora recostado,
sobre una arena dorada
observo indiferente ese avión
que surca esos cielos azulísimos
y que lleva a alguien que soy yo
pegado a una inútil ventanilla
que no lo deja ver más que una
miserable porción de espacio.

Y siento lástima
por ese tonto soñador
que aprieta su frente
contra el plexiglás
intentando sentir
lo que sólo le es dado imaginar.
Lo veo cruzar el cielo
y poco a poco desaparecer.

Y deja a su paso un rastro
un recuerdo sin duración...
una quimera amorfa
de algo que quiso ser
y que sin darse cuenta,
pegado a la ventanilla
vivió sólo un segundo
para luego desaparecer.

Carlos Alberto.