lunes, 11 de octubre de 2010

El Farol

No sé si en todas las ciudades existen esos bellos faroles antiguos que dan encanto al paisaje y al mismo tiempo ofrecen un modesto servicio luminoso. Se yerguen confiados y silenciosos a lo largo de las calles y en los días soleados sirven incluso para esquivar un poco al cara de gallo, como popularmente se le llama al astro sol en algunas partes de mi tierra. La calle donde vivo esta adornada cada veinte metros por estos hermosos faroles, todos pintados de verde y con una gran lámpara de vidrio en su extremo superior, mi perro Zulú, un pequeño yorkshire los encuentra también fascinante y cuando lo saco a caminar por esa calle no deja ninguno sin dejarle su húmeda marca de presentación. La verdad es que son bonitos, le dan un toque de romanticismo y un pequeño servicio práctico a nuestras nocturnas calles.

Por mi parte, su presencia siempre me trae reminiscencias, recuerdos... y este es uno de ellos... una vez en que viajaba en uno de esos buses de la locomoción colectiva que como en todas las ciudades, o se desplazan como tortugas o por el contrario el chofer se cree piloto de carreras... en este caso iba como una tortuga y yo me encontraba por llegar a mi destino. No sé si estaba nervioso por la lentitud del cacharro o simplemente iba embobado mirando a mi compañera de colegio de esos entonces, la cuestión es por alguna razón no avisé al chofer que el próximo paradero era el que me correspondía y me bajé del móvil artefacto al estilo llamado “sobrecorriendo”... probablemente para demostrar mi destreza atlética a la vista de mi pequeña amiga linda que me miraba con unos grandes y hermosos ojos negros y una tierna sonrisa.

La forma de bajarse sobrecorriendo requiere toda una técnica que se va aprendiendo con la práctica... uno se reclina ligeramente contra la puerta del vehículo mirando cuidadosamente la calle, calcula con precisión la velocidad que el loco del volante le está dando al tarro en que estás viajando y luego te lanzas a la vereda con el cuerpo un poco inclinado hacia atrás y con las piernas en posición de tijeras, de modo que cuando hagas contacto con el suelo con una de ellas la otra esté lista para continuar con una pequeña carrera paralela al movimiento del bus... todo lo llevé a cabo con soberana precisión y gallardía, excepto que mis ojos no se despegaban de esos ojos soñadores de mi compañerita, unos ojos que aún me persiguen en las noches de insomnio y reminiscencias... y bueno, lo siguiente que recuerdo es que estaba abrazado a uno de estos faroles que había tenido la amabilidad de detenerme en mi pequeña carrera. Ahi me quedé pegado al farol, no tan adolorido por haber chocado contra él, sino sobretodo por las risas de los pasajeros que continuaban el viaje y especialmente por haber hecho el ridículo justamente frente a mi dulce amiga... Bueno, en todo caso el episodio tuvo consecuencias insospechadas ya que desde el dia siguiente María se sentó junto a mi en la sala de clases y nunca me dejó de mirar con esa mirada, entre divertida y soñadora. Fuimos amigos inseparables hasta que terminamos la enseñanaza básica.

Otra consecuencia es que también me encanta pasear junto a ellos y bueno, también a mi perrito Zulú porque se detiene en cada uno de esos simpáticos faroles para darte su húmedo aprecio.

No se, pero al buscar una fotografía para ilustrar esta historia obviamente (y debí haberlo pensado que sucedería) me encontré con esa del único farolito en el pequeño planeta del Principito y claro, no la pude elegir...

Carlos Alberto Martinez

martes, 3 de agosto de 2010

El duelo

Scar fijamente mira a Cras,
adivina el dolor en su mirada,
y ve su vida como secuencia
de instantáneas fotos.

Es de noche, la luna ya se ha ido,
y en el silencio de las sombras
se escucha el aullido del acero.

**Razón versus Corazón**

Scar ya no quiere sufrir por
Amor...
Pero Cras no puede vivir sin
Pasión...

Scar se arrodilla,
hay tristeza en su mirada,
tiende lentamente una mano,
y roza de Cras la mejilla.

Pero Cras ya está ausente de
amables afectos, pasiones
desdenes o mortales heridas,
y ahora al final de su vida
aún se imagina que es ella
la que con ternura lo mima.

Scar sin prisa cierra sus ojos
y al comprender de pronto
que su alma se ha muerto
de su pecho brota un sollozo...

Carlos Alberto Martinez

Confesiones de un Iluso...

Te amo desde ese día en que ella nos presentó... ahí estabas, dulce y como siempre, medio pensativa, insegura y quizás un poco ansiosa, que se yo... me miraste sonriendo y me ofreciste un café y luego... fueron días y semanas de soñarte, de verte tan preciosa, tan pequeña, tan hermosa, de crearte y recrearte en mi mente y corazón, de sufrir a cada instante por tenerte por amarte y un día casi a comienzos del verano te llamé y angustiado de pensar que no debía hacerlo te hablé y te dije que te amaba, que soñaba en ser tu amor y conteniendo mis angustias te pedí el corazón. Nada más, ya tu sabes el final de esta historia que quiso ser de amor y que fue, como alguien dijo sólo un suspiro de gorrión.

sábado, 15 de mayo de 2010

Sueños...

A veces estamos tristes, y no sabemos del porqué, quizás si lo sabemos, pero nada podemos hacer. A veces queremos estar tristes sin saber porqué, o quizás si lo sabemos y no hay nada que hacer. Quizás porque todo es ilusorio. Quízás porque nada es realidad porque esta vida que parece bella es un vacío de angustia y soledad.

viernes, 16 de abril de 2010

A mi lado

Hoy me sorprendí a mi mismo,
nunca me había sucedido
que al despertar y abrir los ojos
lo primero fue pensarte a mi lado,
... pero claro, tu no estabas
pero mi mano sin embargo
inconciente de tu ausencia
acarició aquel lugar de mi lecho
donde tu cuerpo querido
había reposado... a mi lado.

Carlos.

viernes, 9 de abril de 2010

Trenes (de mis memorias)

Y en el calidoscopio de su memoria se dibuja la negra silueta del tren, de aquel sin fin de vagones de ferrocarriles arrastrándose lentamente ligados a la silueta de la locomotora que sin conciencia del tiempo lo va llevando por la inmensidad de la pampa hacia un destino que aún no se lo imagina y es lo único que se mueve bajo aquel cielo poblado de estrellas y Oscar se ve nuevamente sentado en los escalones de un vagón, mal protegido del hielo que se cuela por las solapas de un vestón que ya le quedó chico para su estatura. Pareciera que mira ensimismado su propia sombra, movediza y saltarina proyectada por el foco externo del vagon sobre el salitroso suelo del desierto y que contrastastando con su inmovilidad no deja de moverse... ahora es muy pequeña y está muy cerca de él y un instante después se escurre y salta sobre una gran roca y luego al llegar a una planicie se alarga para luego volver, saltando de un lado a otro a estar estable por un momento, para luego escapar nuevamente y así hasta el infinito.
El tren jadea su negro esfuerzo, sumando uno a uno los incontables kilómetros de la vía y para Oscar no es sólo distancia, también es tiempo y soledad y más que nada soledad. Años más tarde Oscar se dirá a si mismo que toda su vida no ha sido más que una sucesión de viajes por aquel desierto frío y silencioso y cada vez más silencioso. Recuerda con nostalgia esos tiempos, cuando todavía era un soñador y esperaba todo de la vida y el tiempo transcurría entre el estudio y el ensueño de volver en el verano y no importaban los domingos ni festivos solitarios del invierno, cuando solo, en el gran hall del Internado, sentado frente a aquel gran ventanal, con Julio Verne o J.A. Cronin en las manos contemplaba la gran tormenta.
Lentamente, muy lentamente fueron transcurriendo aquellos años y el primer verano al fin llegó y Oscar tomó su vieja maleta de cartón, preparada con un mes de anticipación, repleta de toda esa ropa bonita que le habían dado en el Colegio y que nunca antes había tenido y tomó su primer tren al norte.
La veía casi todos los domingos, desde lejos, caminando por la Avenida Los Placeres, casi siempre sola. Mara la llamaban sus amigos... finita, de pelo corto. Un domingo cualquiera, la casualidad o el destino los llevó a ver la misma película y los sentó uno al lado del otro en esa gran Aula Magna... salieron tomados de la mano. Aquello fue seis meses antes de su primer verano. Mara era una dulce niña, solitaria y soñadora, un año menor que Oscar. Acostumbraban sentarse muy escondidos en una pequeña escalera que bajaba por la ladera del cerro Los Placeres y que terminaba abruptamente en una caída casi vertical. Era un lugar solitario y delicioso, cuando el viento soplaba bajo los estrellados cielos de Valparaíso, Mara temerosa y cálida se estrechaba dulcemente al cuerpo de Oscar. Aquello duró sólo seis meses, seis meses que transcurrieron entre besos y caricias escondidas, dos veces por semana. Cuando llegó el verano Oscar tomó su primer tren al norte y al volver, tres meses más tarde, ya no la encontró. La volvió a ver muchos años más tarde.
El hogar de Oscar fue su madre, pequeña y marchita, cansada de llorar por tanta desgracia. También fueron sus hermanas y su único hermano, pero nunca fue su padre, de quien Oscar se acuerda principalmente por su indiferencia. De su padre Oscar recuerda muy pocas cosas, pero hay una que recordará para siempre y fue un regalo que recibió de él... el único regalo que le hizo en toda su vida... sucedió cuando Oscar ya se había ido de casa a estudiar a una ciudad llamada Valparaíso, distante unos dos mil kilómetros de Antofagasta y era su primer verano y estaba de vacaciones de vuelta al hogar... sin embargo su padre ya no estaba en el hogar... él también se había ido a trabajar al interior ... a la pampa ... al desierto... Oscar quería verlo, después de un año, solitario y falta de cariño ansiaba ver a su padre y fue a verlo y tomó aquel tren fantasma, el tren de la pampa y llegó de noche, sucio y cansado. Le costó encontrarlo. Estuvo con él sólo una noche y como niño que aun era, explorando el lugar, la pieza donde lo había llevado su padre, encontró debajo de la cama una pistolita de juguete... una pistola muy vistosa y muy cara. Su padre lo miró por un momento y luego, casi con encono le dijo “te tenía eso guardado ... es un regalo” Años después Oscar supo que ese regalo no estaba destinado para él... sólo había sido un intruso en el momento y en lugar equivocado.
Trenes y destinos, una dualidad que para Oscar se alarga hasta el cansancio. De su primer viaje junto a su madre tiene recuerdos fragmentados, como pedazos de un viejo cuadro roto. Recuerda su llegada a Valparaíso y su deambular histérico por una ciudad ruidosa y recóndita. Recuerda a su madre pequeña y ensimismada, preocupada y confusa, tratando de hallar algo barato para llevar al norte a sus hermanos pequeños que quedaron solos en aquel cerro baldío y canalla donde vivían. Recuerda como un destello de luz de flash fotográfico que el último día ella compró dos botellitas pequeñas de menta y un paquetito de toallitas higiénicas de género para sus hermanitas. El aún no lo sabía, pero en aquel detalle su madre le dejó para siempre estampado en su corazón lo sublime del amor y la inconciencia de la pobreza.
Te quiero—le dijo ella—con sus ojitos llenos de lágrimas y un sollozo en el pecho. Oscar no la escuchó... sólo oía su propio interior y las murmuraciones de su amigos. Nunca vio la desesperación, nunca sintió el dolor de aquellas palabras ¿porqué me dejas sola? –si te quedas conmigo haré lo que quieras—No escuchó el sollozo escondido ni su mirar desgarrado, sólo quería volver al norte...
Los rieles interminables, trocha angosta, pero inacabable ...la fuerza férrea del carbón arrastrando cien mil toneladas de fierro por un desierto infinito colmado de calor y soledad. Nostalgia... sólo vagones helados, oscuros y ruidosos. Sólo vagones inclementemente fríos. Aterida por el maldito vientecillo helado que se cuela por las rendijas de la puerta que siempre está mal cerrada.
Estela sólo mira y contempla la pampa infinita... tiene ojitos color celeste y un respirar suavecito que hace juego con el vaivén del vagón y de su cigarrillo, a veces mal prendido. Oscar la conoció en su segundo viaje de regreso a Valparaíso. Sentados, uno frente al otro estuvieron todo un día callados y mirándose de reojo. Cuando llegó la noche hablaron. Ella le ofreció un cigarrillo y después de un tiempo se tomaron tímidamente de la mano y las mantuvieron juntas por debajo de la pequeña frazada que la protegía del frío de la pampa. Ella se iba al sur, ya no soportaba la vida del desierto. Perdió todo en aquellas calicheras del infierno, sus fuerzas y sus esperanzas quedaron dispersas en la pequeña plazoleta a la que iba los domingos a cobijarse bajo los añosos pimientos y a escuchar la banda del pueblo. Sus esperanzas de progreso se agotaron en la pulpería, en aquel mesón de compra y ventas y en aquellas malditas fichas de bakelita que sólo alcanzaban para sobrevivir. Su corazón quedó enterrado en las abiertas zanjas de salitre y sus pedazos fueron esparcidos junto a los restos de la cabeza de su hermano cuando este mordió el extremo equivocado del fulminante... El segundo día se sentaron en los escalones del vagón y fumaron hasta el cansancio mirando absortos el monótono paisaje del desierto. A veces reían y el lento esfuerzo del carbón agitando la locomotora los invitaba a bajar y caminar sin prisa al lado de la jadeante hilera de vagones. La noche romántica y las canciones de una joven Cecilia con su playa a media noche los atrapó en un encanto de amor metafísico, frío y soledad ... ¿porqué fumas tanto? ... Me quita el frío y el hambre.

Carlos Alberto

miércoles, 7 de abril de 2010

Sueños y Estrellas

¿Quién no ha soñado tendido en el pasto, mirando ese cosmos infinito y profundo en dejar este cuerpo de barro en el suelo y como un ave de fuego a la luna volar? Quizás es su luz lo que a mi alma fascina, o quizás son las huellas de su eterno viajar, esas huellas que en su piel se quedaron, como abiertas heridas para nunca olvidar. Y aunque se que ella vive en lo eterno y que lo humano es transiente y fugaz en las noches uno al cielo dirige los ojos, creyendo que siempre a tu lado estará, y así recostado voy siguiendo su viaje, deseando a intervalos dejar este mundo y elevando mi mente al cielo estrellado viajar por el cosmos, con ella a mi lado. Carlos Alberto.

lunes, 5 de abril de 2010

Recostado

No tiene etiqueta, sólo un nombre impreso con grandes letras
haciendo un grueso arco
sobre algo que parece una isla
y que apenas tiene espacio
para dos pequeñas palmeras
abrigadas por un rojo, gigantesco
y probablemente ardiente sol...

El nombre impreso dice... Malibu...
y de pronto me imagino
recostado y casi somnoliento
sobre la ventanilla de un avión,
observándolo todo desde el cielo,
desde veinte mil pies de altura
todo quietud, con apenas el zumbido
agudo y sibilante de los motores.

Y ahora recostado,
sobre una arena dorada
observo indiferente ese avión
que surca esos cielos azulísimos
y que lleva a alguien que soy yo
pegado a una inútil ventanilla
que no lo deja ver más que una
miserable porción de espacio.

Y siento lástima
por ese tonto soñador
que aprieta su frente
contra el plexiglás
intentando sentir
lo que sólo le es dado imaginar.
Lo veo cruzar el cielo
y poco a poco desaparecer.

Y deja a su paso un rastro
un recuerdo sin duración...
una quimera amorfa
de algo que quiso ser
y que sin darse cuenta,
pegado a la ventanilla
vivió sólo un segundo
para luego desaparecer.

Carlos Alberto.

lunes, 29 de marzo de 2010

Locuras

Ella danza y es sólo una figura etérea y lánguida que se desliza cadenciosamente por la pista y nada se puede hacer más que observarla. Sus ojos semi-cerrados, su respiración acelerando el movimiento voluptuoso de sus pechos y ella danzando en la semi-oscuridad del salón y las manos de él se apoyan en su cintura y la siente vibrar... siente su calor y la vida misma bajo su piel morena y de pronto son sus ojos devorándolo en un jadeante silencio de deseo y entonces él la atrae contra su pecho justamente cuando el ritmo se vuelve cadencia, deseo y locura y como en un sueño la aprieta contra su piel allí mismo, en el centro del salón y ella cierra sus ojos y se abandona a ese beso que se abre camino jadeando entre sus labios entreabiertos... y bueno... allí están ahora mirándose a la distancia, ella tan incógnita y él... ¡qué se yo! pero no sé ... ¿qué hacer? quizás sólo pensarla y volver sus ojos metafísicos a ese salón donde a cada giro de su joven cuerpo su larga cabellera de ébano golpea su rostro y ella... sonríe y vuelve a girar... y entonces en una fracción de ese dulce momento él le dijo lo que sentía ... que era la respuesta de Dios a las angustias de soledad de un hombre en el infierno... y entonces... no sé lo que pasó por su corazón o mente ... pero algo sucedió. Ahora es tarde, el corazón de él está angustiado y ella... no sé lo que pasa en el corazón de ella.

Insomnio

Es tarde... para ser exactos el reloj marca las 1:14 a.m. de este 29 de marzo de un nuevo año que ni siquiera es bisiesto... que lata... estoy aburrido y más encima la temperatura es asquerosa... y como nunca me ha gustado el aire acondicionado me echo sobre la cama casi desnudo y sin dormir ya que la oscilación mareante del ventilador me mantiene sin poder pegar las pestañas... como siempre me pongo a pensar en tonteras... como el origen del universo... como si tuviese algún sentido... elucubro un poco sobre el famoso big-bag y a pesar de las evidencias sobre su posible existencia me parece tan absurdo que se lo considere como el origen del universo... porque ¿de donde salió esa materia súper concentrada? y aunque se considere que nuestro universo tan particular tuvo su origen en esa cataclísmica singularidad siguen aleteando como gallinas cluecas las mismas preguntas... si antes no había nada... entonces ¿que sentido tenía el tiempo y el espacio? ¿Acaso el espacio y el tiempo no forman parte de lo que llamamos universo?... en un cuento de Lewis Carrol se dice que lo que percibimos como realidad no es más que un sueño (yo creo que en todo caso sería una pesadilla) de un ser fantástico y en la filosofía de Arthur Schopenhauer todo lo que percibimos en realidad lo percibo sólo yo y todo el universo es sólo mi universo y me imagino y pienso que otros ven lo mismo pero en realidad puede que ni siquiera existan otros... y es sólo mi mente afiebrada la que se imagina una realidad que para otros no existe. En esa extraordinaria película “Matrix”, me refiero a la primera porque las que siguieron son como casi todas las continuaciones... malas, se puede percibir con toda claridad lo que significa ser prisioneros de la verdad... realmente nos creemos libres y nos consideramos testigos de la realidad... de lo que sucede a nuestro alrededor y llegamos a dar fe de todo evento que visualizamos, que constatamos con nuestros sentidos y creemos que esa es la verdad... basura .... la verdad es que somos un pequeño ser de aproximadamente dos kilos encerrado en una prisión de huesos, llamado cráneo y que no tiene la más mínima posibilidad de ser testigo de nada directamente... sino que sólo es capaz de interpretar información de segunda mano que le comunican de manera precaria, inexacta y lastimosamente limitada nuestros escasos sentidos a través de señales eléctricas... ni siquiera somos capaces de captar el espectro completo de la luz... ni que decir de las partículas elementales, radiación cósmica... sentimos la gravedad, pero no tenemos ni idea de su naturaleza... simplemente no somos capaces de captar la realidad... bueno, en fin... nos queda la filosofía, descansar en la religión o creer que la ciencia alguna vez podrá digitalizar o transformar en ecuaciones integro diferenciales lo que nunca podremos entender. Pero en todo caso “nunca” es algo que podría haber existido antes de la creación... y ya no sé si estoy despierto o me estoy adormeciendo... en fin, espero poder dormir esta noche.

domingo, 28 de marzo de 2010

Lo que hacen otros



La probabilidad es el concepto matemático preciso que mide el riesgo, el acaso... o para ponerlo de un modo más poético, pero menos preciso... la cantidad exacta de suerte que tendremos respecto a la ocurrencia de un cierto evento en la vida, pero hay cosas, situaciones humanas para las cuales no es posible calcular exactamente la probabilidad de que ellas ocurran pues no hay matemática para ello y entonces recurrimos a la estadística... a ese concepto un poco más humano de contar los casos favorables y desfavorables que sucedieron en un cierto universo de situaciones similares... y aparece el concepto de frecuencia relativa y se inventan funciones de distribución para intentar modelar el albur, luchando por controlar a la suerte, a la felicidad o a la desventura y entonces el ingenio humano descubre grandes teorema, como “La Ley de los Grandes Números” e inventa notables modelos, como la curva normal de Gauss para domesticar lo impredecible, para horadar un poquito en las tinieblas y aquietar ese miedo a perderlo todo y es así como vamos aplicando sin darnos cuenta, días tras días esos elementos básicos de estadística y vamos por la vida, conciente o quizás inconscientemente contando casos favorables y casos desfavorables para luego decidir cuan probable es la ocurrencia de un evento y así vamos, sin darnos cuenta contando y enseguida juzgando, decidiendo, aceptando y rechazando, queriendo y despreciando, odiando y adorando y así se nos va la vida mirando hacia afuera, observando a los otros, contando y decidiendo... hasta que se nos acaban los minutos y es probable que en el último minuto, cuando todos los recuerdos se agolpen y repasemos como en un vértigo de trueno la existencia que escogimos nos demos cuenta, quizás iluminados por esa cegadora luz de túnel que esa vida fue vacía e inútil y que la única estadística que siempre tuvo sentido fue simplemente contar los latidos del corazón.


Carlos Alberto