domingo, 29 de marzo de 2009

El regalo

Cuando tenía veinte años usaba un gran mostacho cuyos extremos eran tan largos como alas de una gaviota. El estilo de andar por la vida con mostachos los usé hasta que me casé. Durante el noviazgo ella no puso reparos a esa continuación pilífera de mi cara, pero una vez casados se puso seria y exigió que me lo cortara, así que tuve que reemplazar la incomodidad de andar, a veces, con restos de comida colgando de esos pelos por la incomodidad de afeitarme todos los días. Bueno, continúo afeitándome todos los días, hasta el día de hoy. Así a lo largo de mi vida he usado un sinfín de artefactos para afeitarme, desde carísimas máquinas electrónicas de última generación con rodillos multidireccionales que al mismo tiempo que te afeitan te acarician la cara como con manito de monja y luego se limpian solitas como si fueran pequeños robotitos, hasta esas humildes maquinitas desechables de una hoja y que por flojera o por ahorrar, las volvemos a usar... una, dos, tres y más veces... dependiendo de cuan duro se te ha puesto el cuero de la cara o de cuanto te cueste adquirir otra. En mi caso las uso a lo más dos veces... a la tercera vez la hoja ya no sirve para nada excepto para rasparte la cara y dejártela más colorada que payaso de circo.Un día andaba husmeando tranquilamente en uno de esos grandes drugstores donde se vende desde un parche curita hasta telescopios astronómicos, buscaba lo último en máquinas de afeitar electrónicas cuando de pronto se me acercó una mujer de unos cuarenta y cinco años de edad vestida humildemente, tenia en su mano una de esas maquinitas azules de una simple hoja, que son desechables y que valen menos de la mitad de los que gastan algunos en la compra de un paquete de cigarrillos de mala clase. Era evidente que quería decirme algo. Pareció titubear un momento, pero decidiéndose me mostró la maquinita y me preguntó si esa máquina se podía usar sólo con jabón y luego sin esperar mi respuesta me dijo que quería hacerle un regalo a su esposo pues iban a cumplir veinticinco años de matrimonio. La sinceridad de esos ojitos brillantes era evidente y por unos momentos no supe que contestar, luego tartamudeando un poco le contesté que efectivamente se podía usar con jabón. Ella me dio las gracias y muy feliz se acercó al vendedor y le pidió que le envolviera la maquinita en papel de regalo. Al salir me regaló esa dulce mirada de la mujer sencilla y humilde... pero digna.

Carlos Alberto

No hay comentarios:

Publicar un comentario