lunes, 30 de marzo de 2009

Navidad

La verdad es que nunca me he entusiasmado demasiado con los arbolitos de Pascua, sin embargo veo que a casi todo el mundo le gusta mucho tener uno y se preocupan de engalanarlo llenándolo de adornos, luces y guirnaldas... y sí, en realidad se ven lindos, más bien enigmáticos, creando, con su pesebre, la sagrada familia y sus lucecitas titilantes un ambiente de profundo respeto y calor humano. El primer arbolito de Pascua del que tenga recuerdos del hogar materno llegó un día de diciembre muy especial... acabábamos de llegar a vivir a una nueva ciudad y nuestra nueva casa estaba en construcción... ni siquiera teníamos luz eléctrica, pero mis cinco hermanos y yo estábamos felices por tanto cambio y la inminente venida del Viejito Pascuero. Con mucho esfuerzo mi madre y mi hermana mayor se esforzaron por traer la Navidad a nuestro hogar... los ansiados regalos expectantes dentro de sus encintados envoltorios esperaban a los pies de un precioso arbolito de Pascua a que el reloj marcara las doce de la noche... la llegada del dorado sueño de Navidad... sin embargo a mis ojos de niño nuestro arbolito se veía tan apagado, tan triste... los otros arbolitos, los de nuestros vecinos y todos los que se veían a la distancia destellaban soberbios con sus fascinantes lucecitas intermitentes y el nuestro estaba tan silencioso y triste. Entonces recordé que mi madre aún guardaba esas pequeñas velitas con las que un día adornó una torta de cumpleaños y se me ocurrió que también nuestro arbolito podría lucir tan gallardo como los de nuestros vecinos... al menos por un breve momento, sólo para celebrar otro aniversario de la llegada de El... entonces sigilosamente me fui a buscar las velitas y las fui colocando sobre las ramitas de nuestro árbol. Finalmente las fui encendiendo... una por una. Nuestro árbol cobró vida... mis hermanas y mi hermano menor quedaron fascinados mirando con ojos encandilados nuestro hermoso arbolito... entonces, con una sensación de satisfacción y mucha alegría comencé a llamar a mi madre para que también ella se sumara a nuestra alegría... justamente en ese momento una de las velitas encendió el suave papel que adornaba una de las ramas superiores y enseguida, como si el tiempo se hubiese detenido, todas las otras velita encendieron sus respectivas ramitas superiores y nuestro arbolito de Pascua se convirtió en un arbolito antorcha... en un segundo el fuego se propagó al blanco y transparente visillo de una ventana contigua y en seguida toda la habitación estaba llena de humo y fuego. Demás está decir que esas Pascua no hubo regalos. Todos nuestros regalos quedaron chamuscados... irreconocibles e inútiles. Afortunadamente nadie salió lastimado, excepto una parte de mi anatomía que mi madre se encargó de corregir... bueno, quizás por eso los arbolitos de Pascua no me entusiasman demasiado. La siguiente Navidad ya teníamos lucecitas eléctricas.

Carlos Alberto

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