lunes, 30 de marzo de 2009

Valparaíso

A veces me da por pasear por mi ciudad, especialmente si el día está nublado y sopla el viento del oeste. Con las manos en los bolsillos y un poco inclinado para equilibrar la fuerza del viento camino por la avenida Pedro Montt en dirección este a oeste, enfrentando y acercándome poco a poco al mar... a ese océano pacífico pero que en días como este no es tan pacífico; un día me tocó presenciar, desde lo alto del cerro los Placeres como un buque al garete, en plena tormenta, era expulsado del mar aterrizando cual paloma en apuros sobre los rieles del ferrocarril que unía Santiago con el Puerto. Hoy ese famoso tren sólo llega a Limache en un pobre remedo de un tren rápido. Las tormentas en Pancho son cosa seria, hicieron volar hasta la esperanza de tener un tren metropolitano de verdad. Hoy sólo camino, sintiendo el frío en mi rostro y esa sensación de libertad absoluta que da caminar combatiendo la fuerza del viento de Valparaíso. Me detengo al llegar a la plaza Victoria y allí lo veo como siempre... esperando que alguien lo invite a un trago. Le decían el “cara ‘e pistilo”, negro, chico y esmirriado pero maligno como el demonio. Ahora sólo se lo conoce como el “negro cuma” y es el eterno chupa-tragos de un bar ubicado en una de las cuatro esquinas de la plaza Victoria. Hoy estoy con ganas de escuchar uno de sus cuentos así que me siento en una de las grasientas sillas que rodean una no menos grasienta mesa. Casi por encanto aparece una servilleta del brazo de una cabra flaca y mal agestada que casi con rabia me interroga sobre mis preferencias en el trago. Me tomo mi tiempo para responder con una sonrisa que logra suavizar la tensión del rostro de la flaca y que hace que se de el trabajo de darme una segunda mirada antes de volver a meterse por una puerta semi oculta. Como por encanto, ida la flaca, aparece el Cuma. Después de despachar sin respirar una cerveza, me mira sin hablar pero con cara de carnero degollado... accedo a su implícita solicitud y le pago otra cerveza, entonces el Cuma, saca un mugriento cigarrillo y comienza a mascullar... la siguiente historia es una reconstrucción de lo que logré captar de esa verborrea mascullada entre sorbetones de cervezas y chuchadas ininteligibles dirigidas al parecer a una tal Pitufa. El relato del Cuma comienza cuando tiene unos quince años y vive en una especie de reformatorio en el cerro La Cárcel. Un día parecido al de hoy, frío y con ráfagas de viento que llegan a hacer volar las techumbres, el Cuma, junto a dos compinches, tan avispados como él, intentan fugarse del reformatorio-- ¿a donde? le pregunto—me mira sin entender y después de lanzar disimuladamente un escupitajo en el medio del pasillo y esconder debajo de la mesa un moco negro que acaba de sacarse, el Cuma sigue impertérrito con su relato “si, sólo queríamos mandarnos a cambiar porque nos trataban como las güevas... a puras chucha’s, pata’s y garabatos y nos daban una comi’a que ni los perros querían comer” Bueno, el asunto es que una noche, como seguramente la que habrá hoy, fría, ventosa y negra como el pecado, los tres semillas de maldad dejaron sólo la raya y partieron como sombras esfumándose en la noche. El reformatorio queda cerca de un antiguo cementerio y de una famosa cárcel que hoy en día es un museo y centro de eventos artísticos. El pendex más chicoco tiene sólo 13 años y nació un martes 13 así que se siente el elegido para comandar a los otros perjenios... bajan cautelosos por el cerro, amparados por las sombras de la noche hasta que llegan a ese gran edificio rodeado por altos muros y que es la antigua cárcel y por lo cual ese cerro lleva el nombre de “cerro la cárcel” En ese momento suenan las sirenas y los pendex escuchan gritar a los guardias que se han escapado unos presos... asustados nuestros heroicos pendex corren al edificio del frente, que como ya dije es un cementerio y se esconden entre losas, tumbas y mausoleos. Pasan las horas y nada pasa... ya más tranquilos los pitufos observan que ante ellos se levanta un hermoso mausoleo, hermosamente adornado y al parecer recientemente construido y por supuesto, el líder de los pitufos decide que el muertito debe tener algún objeto de valor que seguramente quiere compartir con ellos... de modo que deciden entrar en el pretencioso mausoleo. Entran, en el centro se levanta una especie de cripta. Nuestros pendex la empujan a un lado dejando al descubierto una negra abertura en el suelo y de pronto sus cabellos se erizan por el miedo... desde el fondo del pozo comienza a trepar el muerto que los mira con ojos desorbitados, su cara negra y las manos engarfiadas... me cuenta el Cuma que no alcanzó a decir ni “pio” y se desmayó. Al otro día supo que el muerto no era un muerto... era uno de los tres presos que esa noche escaparon por un túnel que desembocaba justamente en esa cripta... nunca volvió a saber de sus compinches.

Carlos Alberto.

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