domingo, 29 de marzo de 2009

Otra historia ridícula

No sé si en todas las ciudades existen esos bellos faroles antiguos que dan encanto y al mismo tiempo un modesto servicio luminoso. Se yerguen confiados y silenciosos a lo largo de las calles y en los días soleados incluso sirven para esquivar un poco al cara ‘e gallo, como popularmente se le llama al astro sol en algunas partes de mi tierra. La calle donde vivo esta adornada cada veinte metros por estos hermosos faroles, todos pintados de verde y con una gran lámpara de vidrio en su extremo superior, mi perro yorki los encuentra también fascinante y cuando paseamos por ella no deja ninguno sin darle su carta de presentación. La verdad es que son bonitos, le dan un toque de romanticismo y un pequeño servicio práctico a nuestras nocturnas calles. Me recuerdo una vez que viajaba en uno de esos buses de la locomoción colectiva que como en todas las ciudades, o se desplazan como tortugas o por el contrario el chofer se cree piloto de carreras y me encontraba por llegar a mi destino. No me recuerdo muy bien si iba apurado por la lentitud del cacharro o simplemente iba embobado mirando a mi compañera de colegio de esos entonces, la cuestión es por alguna razón no avisé que el próximo paradero era el que me correspondía y me bajé del móvil artefacto al estilo llamado “sobrecorriendo”... probablemente para demostrar mi destreza atlética a la vista de mi amiga linda que me miraba con esos grandes y hermosos ojos negros y claro. La forma de bajarse sobrecorriendo requiere toda una técnica que se va aprendiendo con la práctica... uno se reclina ligeramente contra la puerta mirando cuidadosamente la calle, calcula con precisión milimétrica la velocidad que el loco del volante le está dando al tarro en que estás viajando y luego te lanzas a la vereda con el cuerpo un poco inclinado hacia atrás y con las piernas en posición de tijeras, de modo que cuando hagas contacto con el suelo con una de ellas la otra esté lista para continuar con una pequeña carrera paralela al movimiento del bus... todo lo llevé a cabo con soberana precisión y gallardía, excepto que mis ojos no se despegaban de esos ojos soñadores de mi compañerita que todavía me persiguen en las noches de insomnio y reminiscencias já ... y bueno, lo siguiente que recuerdo es que estaba abrazado a uno de estos faroles que había tenido la amabilidad de detenerme en mi pequeña carrera junto a la micro. Já, desde ese día me encanta pasear junto a ellos con mi yorki, porque él se encarga de darles su húmedo aprecio.

Carlos Alberto

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